Por Susana Castellano 2009
Son las ocho de la mañana y se encuentran dos vecinas del barrio y una le dice a la otra:
- Apurate Carmen que Don Pedro ya está subiendo las cortinas del almacén porque ya abre. Si no ya viene Juana y empieza a contar vida y milagro de su nuera y no la termina más. Oh! mirá, llega el viejo Jeremías que con el cuento de que las gallinas no tienen maíz viene a tomar su vasito de tinto.
Son las nueve de la mañana y el almacén se encuentra lleno de clientes porque no es muy grande y se colma con poca gente. Y así, el almacenero se convierte en un sacerdote ya que cada uno de ellos cuenta sus penas y alegrías. Por ejemplo, cómo aumentan las cosas; que el patrón en la obra no les paga y tienen que pedir fiado; o que la hija de Moyano dio un mal paso y quedó embarazada; o la novedad de que doña Paula no cura el mal de ojos como antes; y así un sin fin de cosas cotidianas. Y sin darnos cuenta se nos pasa la mañana y llegamos a las dos de la tarde. Don Pedro, dueño de dicho almacén, baja la persiana para descansar un rato y volver a abrir a la tarde en que volverán sus clientes a comprar, a los cuales considera como de su familia ya que el barrio no es tan grande y de joven puso su almacén en una esquina de él.
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