Darda Naveiro 2010
Casi sofocada llegué, en cada latido de tu corazón decía tu nombre, me preguntaba ¿por qué ahí?
El lugar era hermoso, las tenues luces opacaban la visión.
Las mesas estaban preparadas para una cena especial, y ésta la era.
Los cuadros, los adornos, las copas de cristal, aquella me decía que te iba a encontrar.
Todo comenzó anoche cuando entre sueños me incitabas a concretar este encuentro. Creí que solo era el producto de las ansias de verte una vez más y pronto me di cuenta que todo era verdad.
Así llegué con miedo, con dudas. La suave música era angelical, el aroma del buen vino aumentaba mi sed; te vi parado junto a la estufa que entibiaba el gran ambiente.
Vestido de blanco, tu sonrisa jovial, de tu pecho ensanchado fluían luces de colores que emanaban paz. Quedé estupefacta y después corrí, pero solo unos pasos, ya que me advertiste que no era bueno lo que iba a hacer; quería abrazarte, besarte otro vez, ¿cómo lo supiste?, aún no lo se…
Me regalaste una rosa, corriste la silla y me senté, ya frente a mi te vi como antes, fue ahí cuando entendí.
Juntos bebimos el vino que sabía a dulces uvas moscatel, ángeles alados sirvieron el pan.
Dime hijo amado ¿cómo fue que Dios permitió este encuentro después de que te llevó? Respondiste suave, con un murmullo: “Te lo merecías por tanto dolor”.
Las mesas estaban preparadas para una cena especial, y ésta la era.
Los cuadros, los adornos, las copas de cristal, aquella me decía que te iba a encontrar.
Todo comenzó anoche cuando entre sueños me incitabas a concretar este encuentro. Creí que solo era el producto de las ansias de verte una vez más y pronto me di cuenta que todo era verdad.
Así llegué con miedo, con dudas. La suave música era angelical, el aroma del buen vino aumentaba mi sed; te vi parado junto a la estufa que entibiaba el gran ambiente.
Vestido de blanco, tu sonrisa jovial, de tu pecho ensanchado fluían luces de colores que emanaban paz. Quedé estupefacta y después corrí, pero solo unos pasos, ya que me advertiste que no era bueno lo que iba a hacer; quería abrazarte, besarte otro vez, ¿cómo lo supiste?, aún no lo se…
Me regalaste una rosa, corriste la silla y me senté, ya frente a mi te vi como antes, fue ahí cuando entendí.
Juntos bebimos el vino que sabía a dulces uvas moscatel, ángeles alados sirvieron el pan.
Dime hijo amado ¿cómo fue que Dios permitió este encuentro después de que te llevó? Respondiste suave, con un murmullo: “Te lo merecías por tanto dolor”.
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